sábado, 19 de septiembre de 2009

Diario de lis 1: ¿2 ejemplos de maldad?

Hay veces que no sé por qué hago las cosas. Y me duele, preferiría no hacerlas pero no puedo, algo me compele; superior a mí, y esas cosas son irracionales, de las que ni siquiera tengo ganas y para las que no tengo una explicación.

2 ejemplos muy claros:

Hace muchos años, seguramente cerca de 20, la perrita french poodle de una amiga tuvo cachorros, mientras ella estaba distraída, tal vez en el baño, tal vez en la calle para que la perra fuera al baño, me quedé a solas con la camada, y temblé ante la urgencia que, aunque intenté controlar, me venció. Me acerqué al perrito más próximo, lo tomé por el cuello y apreté con ambas manos hasta escucharlo llorar, lo solté casi en el aire, tosió y gimió, obviamente el sonido hizo regresar corriendo a la madre, que entró a revisar si los cachorros estaban bien y completos.

Mi amiga no escuchó. Me salvé de esa.

La segunda fue hace menos. Tal vez unos 2 o 3 años.

Después de muchos problemas, que serán contados en su debida ocasión, por fin vivía una especie de estabilidad con Fernando. No puedo hablar de confianza ni de perfecta armonía. Sólo estábamos tranquilos; tanto que me dejó salir con mis amigos sin él. En parte porque no los soportaba, como yo a los suyos y en parte porque era un ejercicio de confianza, una forma de demostrarme que me había perdonado, aunque no fuera así. Y aunque fuera así, creo que para mí no hubo diferencia.

Como siempre, visitaríamos más de 2 lugares en la noche. En el precopeo, en casa de mi amigo, decidí llamarle al ligue en turno porque nadie traía coche. En menos de 30 minutos teníamos chofer en la puerta y yo, quién pagara mis tragos.

Realmente podía hacer las cosas bien, a las 5 de la mañana llevamos a los demás a sus casas y la última fue la mía. Lugar en el que se quedaba Fernando 4 de 7 días, a veces más. Me despedí, abrí la puerta del carro y dudé; podía portarme bien y ganarme la tan mentada confianza. Cerré la puerta y le dije: “¿Quieres pasar?”.

Obviamente terminamos en mi cama y yo ni tenía ganas. Me pasó por la cabeza que lo hacía sin sentido ya que en este caso no quería castigar a Fer. Tampoco necesitaba que me dijeran bonita. Estaba tranquila conmigo y con mi relación. Y con todo eso en mente, abrí el cajón en donde estaban los condones.

Entré a trabajar a las 10 de la mañana, así que con menos de 3 horas de sueño salimos de mi casa. El día transcurrió normal hasta que llamó Fernando, pero como estaba ocupada no pude atender. Sólo hasta ese momento se me ocurrió pensar en que no revisé el departamento para limpiar cualquier rastro. Se me hizo un nudo en la garganta y un escalofrío recorrió mi espalda. Me puse pálida. Tenía la esperanza de que él llegara a casa después de mí ya que, si no pasaba a casa de mis papás, lo podía lograr. Me tranquilicé y para cuando terminé con lo que tenía que hacer tomé mis cosas y revisé el celular; 10 llamadas perdidas. Cualquier esperanza era en vano.

Decidí llamarlo y me dijo que quería hablar conmigo llegando. Comencé a armar la coartada, le llamé a mis amigos para decirles qué tenían que decir si yo les hablaba esa noche. Estando de acuerdo los involucrados fui con mis papás y de ahí a mi casa. Respiré profundo y abrí la puerta. Él me esperaba en la sala y me preguntó sobre la noche anterior.

Eran entre 9 y 10 de la noche.

Para las 2 de la mañana yo lloraba en su regazo repitiéndole “Créeme por favor, yo me muero antes de lastimarte otra vez. Te juro que no fui yo, ¿Por qué dejaría algo así? ¿Por qué sería tan descuidada al no revisar?, Ni siquiera sabía, mis amigos (que son pareja) se quedaron también, ¿Por qué haría algo así aquí, donde dormimos tú y yo? No tengo necesidad, si quiero coger con alguien puedo hacerlo en un hotel y ni siquiera pago yo.”

En efecto, todos esos cuestionamientos son válidos para hacérmelos a mí misma, ¿Por qué ahí? ¿Por qué tan descuidada? Simplemente ¿Por qué?

Y él insistía; “Sólo dime, no pasará nada, yo ya no siento nada, pero no insultes mi inteligencia, sólo dime que fuiste tú”.

Después de 4 horas de interrogatorio cedí.

Y no debí hacerlo.

Pero lo que pasó esa noche, es otra historia.

Lis.

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