sábado, 19 de septiembre de 2009

La cuenta

Ella repite por centésima vez el movimiento circular sobre la mesa, con el trapo medio húmedo, medio sucio, medio ajeno a sí misma. Mientras, con la mirada perdida se encuentra con toda la frustración que ha venido guardando.

A veces no recuerda bien cómo se llama, aunque a las 23:00hrs está segura de que fue bautizada “Señorita” y su apellido es “Más café”.

El dolor en las piernas le recuerda cada noche que sus pasos no se dirigen a ninguna parte. Que su camino se detuvo en el puente levadizo y ahora ella espera a que éste baje mientras ve pasar los barcos.

Frente a ella, en la barra, un hombre de traje, tan pulcro como el de todos los que ocultan las ganas de gritar, juega a agitar el contenido de su vaso antes de apurarlo por completo dentro de su boca. Llegó al bar convencido de que uno, dos o tres whiskys “De una sola malta por favor” mitigarían la preocupación con la que terminó esa jornada.

Resulta que las dudas se meterían con él a la cama y la impotencia que sentía lo venció desde antes. No sabría cómo responderles una vez acostado.

La música de fondo impersonal y pretenciosa le daba el toque final de patetismo al cuadro y el bartender ocupado en sus pedidos y sus copas bien limpias, poco notaba lo que ocurría a su alrededor.

-“Señorita” llamó el hombre desde atrás de los barrotes que adornaban su traje.

-“Sí, esa soy yo” pensó al tiempo que respondía solícita y mecánicamente “Dígame” y terminaba la frase con un: “¿Uno más?”

Después de los 40 grados etílicos la plática se hace más fácil.

Mis hijos, mi pareja, mi futuro, mi pasado, mi presente, la incertidumbre, cada momento del día, las veces que he pasado frente a este lugar.

Su mirada, el entendimiento mutuo, las ganas de verse como lo que podrían ser, el vacío presentado como posibilidad; la hora de salida. ¿Tu casa o la mía?

La firma en la tarjeta cerró el pacto tácito entre los dos, en el que se incluían las horas de visita y en las letras pequeñitas las mínimas probabilidades de que eso funcionara. Aunque las risas mezcladascon el whisky y la buena compañía, que no incluía propina, bien valían la pena el esfuerzo.

La señorita tuvo un nombre y él se dejó arrancar el traje, dejándolo en el suelo junto a todos sus problemas.

El vacío pareció menos terrible y la soledad menos atemorizante. En algún momento el futuro sonrió. Ellos dos no veían nada en su propio cuadro, ocupados en besar sus cuerpos y creer las palabras del otro. Hasta que probaron todo el menú.

Una noche, después de muchas noches y después de cada noche que pasaron juntos, cuando él en vez de tirar el traje lo colgó antes de acostarse y ella dejó de tener nombre, no despertaron abrazados. Ninguno hizo un esfuerzo por recordar. Él se había marchado sin hacer ruido y ella dio por hecho que no lo invitó a dormir. Se calzó los zapatos, metió el uniforme dentro de su bolsa y salió hacia el trabajo como todos los días.

Cuando llenó todas las tazas de café, limpió la mesa 4 con un trapo medio sucio y medio ajeno. Pensó en qué haría con su vida, si realmente se dirigía a algún lado y si sus piernas irían solas lejos del dolor mientras que, como siempre, llegaba al centésimo movimiento circular donde invariablemente alguien levantaba la mano y decía: “Señorita, más café”.

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